Acostada en su bañera, mirando al techo.
“¿Cómo pudo?” Pensaba ella. “¡Fueron momentos tan maravillosos!”. Seguía pensando. Ella, desdichada, así como se siente una diminuta planta que acaba de florecer en medio de una inesperada tempestad que arrasa con toda la belleza existente, y convierte el paisaje en un escenario deprimente, que apaga la felicidad y ésta es remplazada con odio y preocupación. Así se sentía ella. Había vivido, para ella, los mejores meses de su vida. En ese tiempo la conoció, y tuvo el valor de decirle lo que nunca le había dicho a nadie, porque sintió la seguridad de que también era como ella, que podía desnudar todos sus pensamientos y más profundos secretos frente a ella, y que ella los sepultaría.
“¡Estaba tan segura!”. Se gritaba a sí misma. Ella le juró amor eterno, después de confesarle todo lo que tenía que confesarle, y ella, no se sentía segura. Ella esperó paciente su respuesta. Su respuesta fue la que la llenó de esperanzas, de ilusiones aparentemente irrompibles, pero que eran tan frágiles como cada copo de nieve que caía al otro lado de la pared de donde ella se encontraba.
Era el momento más decepcionante y entristecedor que alguien pudiera contemplar, considerando lo que a ella le había acontecido. “¡¿Por qué?! ¡¿Cómo puede ser una mentira?! ¡Le demostré todo lo que sentía por ella!” Gritaba ella. Estaba totalmente desconcertada, así como lo está una persona al observar a un felino con ansias de bañarse. Ella le entregó todo su afecto, le entregó sus pensamientos, sus palabras, y aún más importante, su cuerpo.
“¡Me usó! ¡Esa perra asquerosa!” Ella, su más grande confidente, a quien le había entregado todos sus sentimientos, a quien le entregó su cuerpo, aunque fuera una vez, fue quien la hizo sentirse amada, y fue quien le hizo creer que ella en realidad la amaba. Ella, en la bañera, comprendió que todo fue una farsa. Fue usada como un simple instrumento de entretenimiento, como lo es un simple juego de cricket o ajedrez, nada serio.
“¡Un simple experimento!” Gritó ella, prorrumpiendo en llanto. Lo que ella le hizo no tenía perdón. Tomó provecho de su confianza. Fue usada como una rata de laboratorio, para fines personales, tomando provecho de todos sus sentimientos, como si éstos fueran un trapo, que se podía usar, ensuciar, lavar y reutilizar. “¡No soy eso!” Dijo ella.
Cada segundo que transcurría era una eternidad, parecía que el agua no saliera del grifo. Ella, encontrada en tal depresión, que no existía poder humano o inhumano que la pudiera sacar de tal pozo de brea que la tenía completamente consumida, y solo ella misma podía escaparse de aquel helado infierno en el que estaba sumergida. Aquella bañera infernal, se volvía más fría y más fría cada momento. Ella, aún no sabía qué hacer.
Sentía el dolor de haber sido usada y desechada por aquella alma que la había engañado, haciéndose pasar por alguien como ella, que la entendía, que sabía por lo que pasaba, y más importante aún, que la amaba. Se sentía decepcionada, así como una madre de los resultados académicos de su hijo, deprimida, como un parque durante una borrasca en un día de primavera. Sentía amor y odio hacia ella. Amor, porque aunque había exprimido su corazón hasta convertirlo en una flor marchita, aunque se había aprovechado de su cuerpo, y después, negó el amor que supuestamente sentía por ella, ella aún la amaba, porque no podía olvidar todo lo que había vivido con ella, aún cuando todo fue el disfraz de sus verdaderos propósitos.
Todas aquellas apasionadas caricias, interminables besos, esas palabras que llenaban de seguridad y felicidad cada una de las venas que ahora se congelaban en la bañera, la habían hecho sentirse amada como nunca, y le habían brindado la satisfacción que ella esperaba de ella, aunque hubiera descubierto el verdadero rostro detrás de esa expresiva máscara, y no fuera el rostro que ella había imaginado, y que en ese momento, mientras estaba en la bañera, tenía su mente completamente convencida de que así era.
Ella, acostada en la bañera, mirando al techo. El agua la cubría casi por completo. Decidió levantarse un poco, de manera que su cabeza, su pecho y sus brazos sobresalieran. El dolor que sentía por lo que le habían hecho la había consumido, y esa era la solución que ella halló. “¡Así te amo!”. Dijo, antes de cumplir con la acción que la solución requería. En aquella noche, aquella helada noche, su cuerpo, blanco y suave, se volvió mucho más blanco de lo que podía ser. Su cabello, de un rojo intenso como el de la gólgota, se mezcló con la tinta roja contenida en la bañera, y ésta se esparció por todo el piso del baño. Su corazón dejó de latir.
“¿Cómo pudo?” Pensaba ella. “¡Fueron momentos tan maravillosos!”. Seguía pensando. Ella, desdichada, así como se siente una diminuta planta que acaba de florecer en medio de una inesperada tempestad que arrasa con toda la belleza existente, y convierte el paisaje en un escenario deprimente, que apaga la felicidad y ésta es remplazada con odio y preocupación. Así se sentía ella. Había vivido, para ella, los mejores meses de su vida. En ese tiempo la conoció, y tuvo el valor de decirle lo que nunca le había dicho a nadie, porque sintió la seguridad de que también era como ella, que podía desnudar todos sus pensamientos y más profundos secretos frente a ella, y que ella los sepultaría.
“¡Estaba tan segura!”. Se gritaba a sí misma. Ella le juró amor eterno, después de confesarle todo lo que tenía que confesarle, y ella, no se sentía segura. Ella esperó paciente su respuesta. Su respuesta fue la que la llenó de esperanzas, de ilusiones aparentemente irrompibles, pero que eran tan frágiles como cada copo de nieve que caía al otro lado de la pared de donde ella se encontraba.
Era el momento más decepcionante y entristecedor que alguien pudiera contemplar, considerando lo que a ella le había acontecido. “¡¿Por qué?! ¡¿Cómo puede ser una mentira?! ¡Le demostré todo lo que sentía por ella!” Gritaba ella. Estaba totalmente desconcertada, así como lo está una persona al observar a un felino con ansias de bañarse. Ella le entregó todo su afecto, le entregó sus pensamientos, sus palabras, y aún más importante, su cuerpo.
“¡Me usó! ¡Esa perra asquerosa!” Ella, su más grande confidente, a quien le había entregado todos sus sentimientos, a quien le entregó su cuerpo, aunque fuera una vez, fue quien la hizo sentirse amada, y fue quien le hizo creer que ella en realidad la amaba. Ella, en la bañera, comprendió que todo fue una farsa. Fue usada como un simple instrumento de entretenimiento, como lo es un simple juego de cricket o ajedrez, nada serio.
“¡Un simple experimento!” Gritó ella, prorrumpiendo en llanto. Lo que ella le hizo no tenía perdón. Tomó provecho de su confianza. Fue usada como una rata de laboratorio, para fines personales, tomando provecho de todos sus sentimientos, como si éstos fueran un trapo, que se podía usar, ensuciar, lavar y reutilizar. “¡No soy eso!” Dijo ella.
Cada segundo que transcurría era una eternidad, parecía que el agua no saliera del grifo. Ella, encontrada en tal depresión, que no existía poder humano o inhumano que la pudiera sacar de tal pozo de brea que la tenía completamente consumida, y solo ella misma podía escaparse de aquel helado infierno en el que estaba sumergida. Aquella bañera infernal, se volvía más fría y más fría cada momento. Ella, aún no sabía qué hacer.
Sentía el dolor de haber sido usada y desechada por aquella alma que la había engañado, haciéndose pasar por alguien como ella, que la entendía, que sabía por lo que pasaba, y más importante aún, que la amaba. Se sentía decepcionada, así como una madre de los resultados académicos de su hijo, deprimida, como un parque durante una borrasca en un día de primavera. Sentía amor y odio hacia ella. Amor, porque aunque había exprimido su corazón hasta convertirlo en una flor marchita, aunque se había aprovechado de su cuerpo, y después, negó el amor que supuestamente sentía por ella, ella aún la amaba, porque no podía olvidar todo lo que había vivido con ella, aún cuando todo fue el disfraz de sus verdaderos propósitos.
Todas aquellas apasionadas caricias, interminables besos, esas palabras que llenaban de seguridad y felicidad cada una de las venas que ahora se congelaban en la bañera, la habían hecho sentirse amada como nunca, y le habían brindado la satisfacción que ella esperaba de ella, aunque hubiera descubierto el verdadero rostro detrás de esa expresiva máscara, y no fuera el rostro que ella había imaginado, y que en ese momento, mientras estaba en la bañera, tenía su mente completamente convencida de que así era.
Ella, acostada en la bañera, mirando al techo. El agua la cubría casi por completo. Decidió levantarse un poco, de manera que su cabeza, su pecho y sus brazos sobresalieran. El dolor que sentía por lo que le habían hecho la había consumido, y esa era la solución que ella halló. “¡Así te amo!”. Dijo, antes de cumplir con la acción que la solución requería. En aquella noche, aquella helada noche, su cuerpo, blanco y suave, se volvió mucho más blanco de lo que podía ser. Su cabello, de un rojo intenso como el de la gólgota, se mezcló con la tinta roja contenida en la bañera, y ésta se esparció por todo el piso del baño. Su corazón dejó de latir.
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