jueves, 7 de abril de 2011

No me gustan las polillas.

Es el fijar de la flora, y el de nuestro vellos, lo que delimita nuestro cuerpo. Me encontraba sentado en un pequeño prado fumándome un cigarrillo en un atardecer perdido y solitario. Sí, efectivamente estaba yo solo, puesto que el hombre común es tan aventurero y salvaje que no se atreve a incursionar en situaciones tan sencillas. Y no había nada. Sólo un cielo de muchos colores iluminaba el humo que escapaba de mi presencia, porque no somos compatibles en lo absoluto. El humo es un ser hostil y tímido que siempre que entra en contacto con nosotros tiende a escapar. El humo es cobarde, porque jamás nos enfrenta. Huir es su ocupación y su trabajo.

Los pájaros ya no trinan ni las hojas se mueven al compás de un viento que yo sí logro presenciar. Mi pantalón gris hace juego con mi tennis verdes y mi camiseta negra, y los tres se aíslan de la tierra que mi piel roza y con la cual se compenetra. La lluvia es lejana y hace parte de un pasado o de un futuro que aún no es presente en mi realidad y elimino todas las preocupaciones que convergen para destruir mi estrepitosa e inquieta mente humana. De aquí no me moveré porque he creado raíces.

No espero a nadie. Ni siquiera me espero a mí mismo. Sólo espero el momento adecuado en el que mis chispas siempre violentas y jamás agresoras decidan bailar para volar de esta dimensión a la desconocida, a esa que me depara cuanto yo no conozco pero que en ocasiones imagino. Efectivamente las situaciones creadas en mi mente jamás ocurrirán y yo las seguiré con un radar defectuoso hasta encontrarlas en la constelación desordenada de mi dimensión. Ahora viene a mi mente ese recuerdo de aquél que gritó y destruyó todos los vidrios y espejos ideológicos de mi creación, para reemplazarlos por toscos retazos de tela de colores con la cual yo podría hacer ropa. Pero estos trazos perdidos de ropa fueron mi ideología; una ideología impuesta por una polilla disfrazada de mariposa, y llevarme a volar a la isla y no a la pradera.

Ahora estoy en la pradera. Esa pradera verde y de muchos otros colores, tal y como la concebí en mi imaginación y en tantos sueños solitarios y resecos de tanto llorar. Siento las flores y el humo sigue cobarde y miedoso de mi fuerza. Ahora tengo poder, y mi mente y mi imaginación han ideado un plan para siempre dominar, reconstruir lentamente todos esos vidrios y espejos hermosos ya rotos en un pasado, para estancarse en este prado. Este prado que siento, que aísla mi ropa y fusiona mi cuerpo creando un todo; este prado lleno de colores creados por mí y lleno de espejos y vidrios nuevos y otros ya reconstruidos. Este prado, libre de polillas y retazos banales. Me encontraba entonces fumando en el prado. Ahora me encuentro ahí todo el tiempo cada vez que quiero y mi imaginación lo desea. El humo ya escapó. Ahora soy yo quien tiene el poder.

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