Era una noche calmada. Era un aire normal. Era una mirada con personalidad. El humo que salía de tu boca hacía juego con tus fonemas y con tus ojos. Esa combinación extraña de colores y estilos irrumpían en mis planteamiento estéticos para decir que te ves bello. Eres hermoso. Era piel de ángel que inspira cariño antes de notar esa mirada penetrante que desnuda todo lo que me puede definir, me deja indefenso, y luego me devora. Esas pequeñas sonrisas que son tiernamente malignas.
Esos hoyuelos de tus mejillas son como hipnotizantes y hacen que olvide todo lo que dices para sumergirme en una manipulación potente de la cual no puedo salir. Cada palabra que produces me agovia y me perturba además de dejarme vulnerable por todas partes. Ahora soy tu presa. Ahora tu piel de ángel no es nada frente a tu mirada y tus pensamientos.
A diferencia de otras tardes, de otras noches, no caminamos tanto, sino que vamos a un punto fijo, a una meta de travesía que alfin alcanzamos. A diferencia de las noches no pasadas escucho tu risa y no sal líquida centelleando en la oscuridad. A diferencia de otras conversaciones esta vez hablas de tu pasado, de tus recuerdos, de tu nacer y de tu forjarte. A diferencia de otras situaciones, tú tomas la decisión. A diferencia de otros encuentros, no tienes ropa.
Esas escazas botellas que observo son suficientes para fluir y caer a una superficie planamente inestable, y no hacer más que eso, fluir. No quedan más que abrazos y besos esfumados en e débil brillar de la luna, de esa luna, esa luna, que ya no es más que un testigo de un pasado quedado en pasado.
Y yo te agradezco por esa breve descripción de mí mismo, tal y como me mostré a tus ojos.
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