Es normal estar en la calle. Es normal mirar. Es normal sentarse. Es muy normal estar solo. Lo que no es normal es cuando todas esas acciones y situaciones se juntan y forman un ejército que nos produce desespero mientras esperamos a alguien más. Lo único en lo que pensamos hacer es mirar a todas partes entre los manotazos de personas que van pasando, por si aparece esa persona.
Yo me aburrí de hacer lo mismo y me puse a ver calzados. Como soy pequeño, me siento y quedo muchísimo más bajo, entonces es más fácil para mí visualizar toda esta diversidad estética igual de grande a la diversidad de culturas, vidas y pensamientos habidos y por haber. Mientras mi espacio y otros más se acoplaban a la noche inmediata, llena de nubosidades y de una luna cobarde que se escondía tras ellas, empecé a observar el aura de quien pasaba. Mujeres con tacones color negro, gris, rojo, verde, y hasta con escarcha; botas de todos los colores y materiales que pasaban imponentes frente a mí; zapatos de cuero disgustosamente formales; tennis deportivos y otros de muchos colores brillantes; por último, tennis de tela de todos los colores y estilos. Ahí estaba yo, pero sentado.
Empecé a ver todos estos calzados y luego a mirar quién los usaba. ¿Para qué decidir si usar un tipo de calzado u otro, si todos sirven para caminar? Claro, la estética. Todos tenemos una personalidad, y la estética se encuentra ligada siempre a esta forma de pensar. Entonces usamos tacones o usamos sandalias.
Pero difiero rotundamente en eso de que la gente que piensa parecido o que tiene personalidades afines se la pasa junta. Observé botas de cuero verdaderamente burdas, caminando conjunto a un par de tacones cafés y una botas felpudas; observé dos sandalias de cuero con un par de Converse.
Muchos calzados muy diferentes logran convivir unos con otros, chocarse, rozarse, caminar, sentir el agua y ensuciarse de las mismas risas. Lo que más logró conmoverme fue ver dos pares de Converse, verdes y rosados, caminando juntos besándose mientras otro par caminaba lejos encerrado en su soledad.
La plaza recibe manotazos de calzados por momentos. En un instante hay varios calzados rondando sobre ella, y en otro momento deja de ser un espacio relevante y existente para todas las personalidades. Y de repente bajo la mirada y veo mis tennis Converse color rojo, y una colilla de cigarrillo en la mitad, apagada, mientras yo observaba todo este acontecimiento.
Las luces del centro logran iluminar todos estos pensamientos que rozan el suelo y nos permiten romper comunicación con la energía de la tierra, para brindarnos contacto con la comodidad y la estética. La luna se sigue escondiendo en las nubes y la noche llega implacable como una puñalada en el cráneo.
Mis tennis siguen encerrando esa colilla de un cigarrillo que me acompañó en mi abstracción y visión de nosotros mismos a través de los zapatos que usamos diariamente, y cómo los variamos todos los días, los años, las vidas. La luna se sigue escondiendo.
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