sábado, 10 de septiembre de 2011

Como cuando los zapatos se mezclan en la calle.

Es normal estar en la calle. Es normal mirar. Es normal sentarse. Es muy normal estar solo. Lo que  no es normal es cuando todas esas acciones y situaciones se juntan y forman un ejército que nos produce desespero mientras esperamos a alguien más. Lo único en lo que pensamos hacer es mirar a todas partes entre los manotazos de personas que van pasando, por si aparece esa persona.

Yo me aburrí de hacer lo mismo y me puse a ver calzados. Como soy pequeño, me siento y quedo muchísimo más bajo, entonces es más fácil para mí visualizar toda esta diversidad estética igual de grande a la diversidad de culturas, vidas y pensamientos habidos y por haber. Mientras mi espacio y otros más se acoplaban a la noche inmediata, llena de nubosidades y de una luna cobarde que se escondía tras ellas, empecé a observar el aura de quien pasaba. Mujeres con tacones color negro, gris, rojo, verde, y hasta con escarcha; botas de todos los colores y materiales que pasaban imponentes frente a mí; zapatos de cuero disgustosamente formales; tennis deportivos y otros de muchos colores brillantes; por último, tennis de tela de todos los colores y estilos. Ahí estaba yo, pero sentado.

Empecé a ver todos estos calzados y luego a mirar quién los usaba. ¿Para qué decidir si usar un tipo de calzado u otro, si todos sirven para caminar? Claro, la estética. Todos tenemos una personalidad, y la estética se encuentra ligada siempre a esta forma de pensar. Entonces usamos tacones o usamos sandalias.

Pero difiero rotundamente en eso de que la gente que piensa parecido o que tiene personalidades afines se la pasa junta. Observé botas de cuero verdaderamente burdas, caminando conjunto a un par de tacones cafés y una botas felpudas; observé dos sandalias de cuero con un par de Converse.

Muchos calzados muy diferentes logran convivir unos con otros, chocarse, rozarse, caminar, sentir el agua y ensuciarse de las mismas risas. Lo que más logró conmoverme fue ver dos pares de Converse, verdes y rosados, caminando juntos besándose mientras otro par caminaba lejos encerrado en su soledad.

La plaza recibe manotazos de calzados por momentos. En un instante hay varios calzados rondando sobre ella, y en otro momento deja de ser un espacio relevante y existente para todas las personalidades. Y de repente bajo la mirada y veo mis tennis Converse color rojo, y una colilla de cigarrillo en la mitad, apagada, mientras yo observaba todo este acontecimiento.

Las luces del centro logran iluminar todos estos pensamientos que rozan el suelo y nos permiten romper comunicación con la energía de la tierra, para brindarnos contacto con la comodidad y la estética. La luna se sigue escondiendo en las nubes y la noche llega implacable como una puñalada en el cráneo.

Mis tennis siguen encerrando esa colilla de un cigarrillo que me acompañó en mi abstracción y visión de nosotros mismos a través de los zapatos que usamos diariamente, y cómo los variamos todos los días, los años, las vidas. La luna se sigue escondiendo.

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