viernes, 30 de septiembre de 2011

Dónde Viven los Monstruos.


Acá les dejo una película para aquellos que creen que aún tienen un niño en su interior. Algo para aquellos que aún sienten que ese niño florece y sigue sobreviviendo en sus trastocadas y marcadas vidas. Una película para reír hasta el cansancio y hacer muecas diferentes a las que tienen rencor, a cambio de unas que están llenas de recuerdos. Dónde Viven Los Monstruos (Where The Wild Things Are?), dirigida por Spike Jonze, es una película basada en el libro de Maurice Sendak, que explora la mente de todos los seres humanos.
No es sólo una película infantil, ésa es sólo su cáscara. La película, a lo largo de la misma, nos identifica a todos nosotros como personas llenas de miedo, perdidas e indecisas en el mundo y nuestras relaciones sociales. Nos envuelve en un aire de arrepentimiento por muchas actuaciones nuestras a no hacer lo que de verdad estaba bien hacer, a ser valientes, a ser decididos y a ser maduros durante lo que fue nuestra infancia. Pero siempre, aunque las cosas estén mal, podemos cambiar nuestra perspectiva, y volver a ese estado de tranquilidad y positivismo, para reparar los hechos.
La película es una lección y una representación de nuestras vidas, que vale la pena ser vista. Una banda sonora divertida y dinámica, a cargo de Karen O (vocalista de los Yeah Yeah Yeahs) and the Kids, y Wake Up de Arcade Fire. Con una escenografía de animación virtual bastante estética, llamativa, agradable y muy imaginativa, Dónde Viven los Monstruos explora nuestros recuerdos para que nos demos cuenta que aún seguimos siendo el niño que creemos que fuimos.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Mirando desde una ventana.

Cuando nos encontramos en algún recinto, siempre tendemos a preocuparnos y fijarnos en lo que nos está rodeando físicamente en ese momento y que, a la vez se encuentra fácilmente en el blanco débilmente mordaz de nuestra mirada. Pero jamás nos percatamos de que no sólo existen los objetos que nos están rodeando en ese momento, sino que hay algo mucho más grande y profundo que lo que percibimos con nuestras pupilas.

Me percato de diferentes objetos cotidianos y que en ciertas circunstancias dejan de serlo, pero miro hacia la ventana. Una vieja ventana, que es sólo vieja en concepto, y que ha sido rejuvenecida no sé cuántas veces, cerrada totalmente mientras observo hacia la calle. Es verdaderamente interesante ver que pasan tantas personas por un mismo lugar sin dejar una huella memorable. Cada persona hace su historia y su camino invisible en una roca destinada a ser libro. Tantas personas caminando siguiendo con sus vidas sin pensar en la de los demás, sumergidas en un egoísmo aislante y triunfante para sus propósitos en la vida.

Cuántas veces no me identifiqué con el mismo panorama, siendo yo, una de las personas que camina por la calle, y que en ese momento, observaba con un determinado desprecio inconsciente. Me daba cuenta que al caminar en esa inherente actitud, me generaba desprecio al observar a otros hacer lo mismo.

Después de ver la escena de egoísmo e indiferencia, perteneciente a nuestra propia naturaleza fuerte y caótica, me di cuenta que afuera había mucha brisa, pero que yo no la sentía. La ventana estaba totalmente cerrada, y por consiguiente el viento no lograba llegar hasta el interior. De esta manera, pude deducir que el simple hecho de que el viento rozara las calles y una pequeña pero muy verde planta, danzara al ritmo del aire brusco y dinámico, y que precisamente ese viento no me rozara, significaba que, en esa situación yo no participaba. Me había convertido en tan solo un espectador de la indiferencia, y que me encontraba en un recipiente hermético que no me permitía participar activamente en lo que estaba ocurriendo.

Por primera vez me di cuenta de que participo en algo con lo que no estoy de acuerdo, y lo peor de todo es que lo hago inconscientemente. Camino por la calle y no dejo una huella en el cemento, y me comprendo aparte de las demás personas que caminan por donde yo camino. Mientras tanto, yo sigo viendo a través de la ventana cerrada, mientras el viento no me toca momentáneamente.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Prejuicios triviales.

Resulta complicado, en ciertas ocasiones, pasar desapercibido por las personas. Cuando llego tarde a una clase soy objeto de miradas de todo el mundo, mientras yo me mal-siento en mi puesto, saco mi agenda e intento borrar el sueño y el cansancio. Cuando llego a comprar alguna cosa. Cuando paso fumándome un cigarrillo mientras camino o me siento fuera de la universidad, me percato de que las personas que pasan, logran notarme.

A mí me tiene sin cuidado quién me mire y qué gesto haga. He llegado a pensar que es mi ropa, pero es diferente todos los días, así que no es eso. Mi cabello no tiene nada raro, pues está hecho del mismo material que el cabello de las demás personas. Mi cara es igual a la de todo el mundo, al igual que mi color de piel, así que tampoco.

Indagar con respecto a esto me llevó a pensar en la energía que logro manejar y desbordar, transmitiendo lo que pienso, siento y soy, en este espacio desbordado igualmente de gentes y mentes. Ya no me importa y ya me da igual lo que alguien pueda llegar a expresar sobre mí, o con qué prejuicios me bombardee, siempre voy a contrarrestar con miradas y sonrisas las dagas clavadas en mi espalda.

Que si miro raro a alguien en la calle; o si hago ciertos movimientos y ademanes extraños; si me río descontroladamente y me expreso de una manera fácilmente criticable; resulto ser yo. Me interesa hacer lo que hago y muchas cosas que no hago, sin importar las recompensas materiales que esto pueda conllevar.

Así como yo obtengo conocimiento y aprendo cosas de las demás personas, sobre ellos y sobre el mundo, las personas pueden hablar conmigo y obtener conocimiento y aprender muchas cosas desde otro punto de vista, y seguirán siendo prejuiciosos.

Realizo este pequeño comentario con el fin de que se sepa que hago lo que me gusta, a pesar de que me falte, y resulto ser parte del jardín, aunque tenga otro tono.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Alturas ajenas.

No es sencillo gritar fuertemente, y menos cuando en realidad gritas con una razón, con una intencionalidad, con un impulso que empieza desde tu pelvis hasta terminar en el aire, y no precisamente de tipo sexual. No es sencillo mirar a todo el mundo desde la misma altura y que, por unos leves instantes, logres mirar por encima a quienes quieres y respetas; a las personas con las que sonríes a diario; a las personas con las que compartes y ocultas cosas. Muchas cosas resultan no ser muy sencillas.

Esta dificultad está, de muchas maneras, influenciada por la capacidades que creemos tener, sin darnos cuenta que las tenemos todas, y somos tan despistados que no tomamos la fuerza para explotar lo que puede cambiar al mundo.

Cada movimiento que hacemos está impregnado de algo que no sabemos siempre qué es, pero que se refleja y llega hasta quienes logran notar lo que hacemos día a día con nuestro cuerpo, nuestro objeto, y nuestro material. Estas pequeñas trivialidades que resultan ser importantes para nosotros, sólo son notadas por quienes sienten importancia hacia los mismo hechos y, en su intento de no estar solos, encuentran otras personas con las que tienen cosas en común.

Siempre queremos ser únicos, pero no nos damos cuenta que todos lo somos y que al mismo tiempo no lo somos porque, como todos queremos ser y somos únicos, somos exactamente iguales en este aspecto. Resulta ser un poco frustrante cuando hablo con alguien sobre música o alguna otra cosa:

-Me gusta mucho un grupo que se llama Adrianigual. La música de ellos me produce sentimientos fuertes y ganas de moverme sin parar. Deberías escucharlos.
-Ah, sí. Ya los he escuchado.
-Ah.

Me alborota los nervios cuando me doy cuenta que no soy el único en ciertos aspectos, y cada día me convenzo más de que en realidad somos iguales en autenticidad. Me sentiría mucho más a gusto en esa conversación si después me dijeran "No me gusta mucho esa música", a lo cual yo responderia que a mí sí, y que no me importa si a él no le gusta, yo disfruto de mis gustos y los exploto hasta tener orgasmos continuos.

Pero sé que siempre existirá esa diversidad de gustos, así como similitudes en ellos, y ahí es donde encontraré lo que es en realidad para mí, si es que merezco tener algo para mí. De todas formas, disfrutaré todos los días de ver a algunas personas por debajo, otras por encima, y otras por igual, desde mi propia altura, sin sentir el vértigo de que alguien me levante y me lance por los cielos cual ave que acaba de ser liberada.

Camino desde mi nivel, y no me interesa tener otro nivel, porque no quiero dejar de ser yo desde donde estoy, y no quiero volver a sentir que estoy en donde tengo la plena de seguridad que merezco cosas de otros y que no son mis propios dolores los que recibiré.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Como cuando los zapatos se mezclan en la calle.

Es normal estar en la calle. Es normal mirar. Es normal sentarse. Es muy normal estar solo. Lo que  no es normal es cuando todas esas acciones y situaciones se juntan y forman un ejército que nos produce desespero mientras esperamos a alguien más. Lo único en lo que pensamos hacer es mirar a todas partes entre los manotazos de personas que van pasando, por si aparece esa persona.

Yo me aburrí de hacer lo mismo y me puse a ver calzados. Como soy pequeño, me siento y quedo muchísimo más bajo, entonces es más fácil para mí visualizar toda esta diversidad estética igual de grande a la diversidad de culturas, vidas y pensamientos habidos y por haber. Mientras mi espacio y otros más se acoplaban a la noche inmediata, llena de nubosidades y de una luna cobarde que se escondía tras ellas, empecé a observar el aura de quien pasaba. Mujeres con tacones color negro, gris, rojo, verde, y hasta con escarcha; botas de todos los colores y materiales que pasaban imponentes frente a mí; zapatos de cuero disgustosamente formales; tennis deportivos y otros de muchos colores brillantes; por último, tennis de tela de todos los colores y estilos. Ahí estaba yo, pero sentado.

Empecé a ver todos estos calzados y luego a mirar quién los usaba. ¿Para qué decidir si usar un tipo de calzado u otro, si todos sirven para caminar? Claro, la estética. Todos tenemos una personalidad, y la estética se encuentra ligada siempre a esta forma de pensar. Entonces usamos tacones o usamos sandalias.

Pero difiero rotundamente en eso de que la gente que piensa parecido o que tiene personalidades afines se la pasa junta. Observé botas de cuero verdaderamente burdas, caminando conjunto a un par de tacones cafés y una botas felpudas; observé dos sandalias de cuero con un par de Converse.

Muchos calzados muy diferentes logran convivir unos con otros, chocarse, rozarse, caminar, sentir el agua y ensuciarse de las mismas risas. Lo que más logró conmoverme fue ver dos pares de Converse, verdes y rosados, caminando juntos besándose mientras otro par caminaba lejos encerrado en su soledad.

La plaza recibe manotazos de calzados por momentos. En un instante hay varios calzados rondando sobre ella, y en otro momento deja de ser un espacio relevante y existente para todas las personalidades. Y de repente bajo la mirada y veo mis tennis Converse color rojo, y una colilla de cigarrillo en la mitad, apagada, mientras yo observaba todo este acontecimiento.

Las luces del centro logran iluminar todos estos pensamientos que rozan el suelo y nos permiten romper comunicación con la energía de la tierra, para brindarnos contacto con la comodidad y la estética. La luna se sigue escondiendo en las nubes y la noche llega implacable como una puñalada en el cráneo.

Mis tennis siguen encerrando esa colilla de un cigarrillo que me acompañó en mi abstracción y visión de nosotros mismos a través de los zapatos que usamos diariamente, y cómo los variamos todos los días, los años, las vidas. La luna se sigue escondiendo.