Son las 3:34 de un martes silencioso y aún no tengo sueño. Al parecer tengo insomnio, por ende no puedo dormir hasta quién sabe qué gallo deba cantar para decirme que me duerma. En otro caso, deberé esperar a que la conciencia se desvanezca y mi inconsciente la coja a puñetazos, hasta el punto de dormirme.
Estoy debajo de dos cobijas, en bóxers y con un esqueleto negro que usé en Halloween del año pasado. Me estaba masturbando antes de acostarme porque las ganas no me podían, hasta que en las cortinas pude ver el rostro de una mujer viuda con cabello castaño oscuro bastante largo y vestido blanco desgastado. Esa es la señal para irme a dormir aunque, repito, no tengo sueño.
Para esta quincena no tengo mucho dinero y deberé sacar de mis ahorros un poco. Es difícil hacer rendir el dinero cuando un día vas a fumar a hierba como loco y al otro rumbeas hasta el amanecer. Tener que compartir cigarrillos todos los días sin que me compartan muchas veces, en ocasiones resulta insoportable.
La rutina de trabajo se ha tornado un poco pesada pero sigo haciendo lo que puedo. Sigo molesto con el poco respeto que tiene el transporte público y particular payanés hacia los peatones.
Los episodios de paranoia han vuelto a manifestarse después de tantos meses, por lo que estas madrugadas no han sido tranquilizantes. Detesto que me miren en la calle sin importar el motivo. Me desesperan y me asustan, así mire con mi característico gesto y con los ojos que no me puedo quitar. Siento que me miran a la espera de que esté desprevenido, y así poder atacarme. Hace dos noches escuché una voz extraña cuando me cobijé y sentí a alguien sobre la cama. No quiero que todo se vuelva a repetir, puesto que ya me acostumbré a su ausencia.
Ya son las 3:47, y se supone que debo despertarme a las 8:00, alistarme para luego ir a dejar unas cosas en el trabajo y luego ir a cortarme el cabello porque no soporto más. Después de todo, no he cerrado heridas y tampoco he dicho muchas cosas.
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