Las mañanas siguen imponiéndose despóticamente en el tiempo indicado para que muy pocos lo observen e impida que lo lleguen a querer como a los atardeceres. Las calles empiezan a llenarse aceleradamente debido a los motivos de cada quien. El ruido entra en escena y se alborota toda la jornada con traje brillante y buena orquesta automotor. Entre tanto espectáculo estoy metido yo. Por eso, un día cualquiera decidí seguir mi ruta de camino a la universidad, pero en esta ocasión, detenerme un momento en alguna parte por ningún motivo.
Al lado de la avenida, cosificado por los carros, se encontraba un poste que tenía de acompañante una piedra, un cojín de silla de escritorio de computador, y un hombre. Impaciente por agarrar un autobús, aunque desafortunadamente nunca llegaba su ruta, pude observar levemente al personaje. La mala suerte de aquel hombre se podría asemejar a muchos de mis amigos y conocidos que esperan un autobús, pero pasan todos menos el que necesitan, y éste nunca llega.
Los días siguieron corriendo, mientras yo arrastraba mi rutina por las mismas calles blanco deprimido de todos los atardeceres nublados y coloridos. Esas calles que se mojan, se queman y se golpean pero que nadie se da cuenta, son el mar en el que nadan y se ahogan mis pasos. Son la cicatriz maquillada de una parte de muchas vidas que han conocido el amor a contrastes y lo han vivido al compás del clima; son la ceniza soplada de muchas risas, muchos excesos que la nieve, la historia y la memoria no están registrando.
Volví a detenerme, pero esta vez a mirar detalladamente al hombre impaciente que espera el autobús. Lo encontré con una tabla de dibujo esperando su ruta, mientras dibujaba algo en ella. Podría tener que ir a una clase muy importante para él, como puede que tenga ganas de orinar o siempre viva afanado. La presencia de esa tabla de dibujo podría implicar que el hombre dibujara muy bien, que apenas estuviera aprendiendo, o que fuera de su hijo, hermano o esposa. Dejé el asombro de ver al hombre esperando el autobús siempre, y que nunca agarrara uno.
No sé si es que la ruta no pasa en todo el día hasta las nueve de la noche, que es el momento en el que el hombre ya no está, pero este tipo ha llegado a acostumbrarse de tal forma que se dedica a dibujar mientras es la hora de que pase el autobús. No sé cuál es el afán del hombre, ni qué tan importante sea para él ahora, pero ya no le causa prisa.
Mis caminatas siguen siendo acompañadas de un hombre, que me ha quitado el coraje y la valentía como para mirar qué dibuja y qué espera. El hombre sigue dibujando mientras espera el bus. Nunca lo he visto coger la ruta, pero siempre lo veo esperándola. No conozco su historia, pero deduzco que dejó de afanarse, así deba hacerlo. Siempre lo he visto y soy consciente de que solo una vez el hombre me ha percibido, y yo iba afanado. Sentí su desprecio por estar así, y su alivio personal de ya no sentirse así.
Mi duda creció hasta pensar si era un hombre que se sentaba a dibujar ahí a diario, o si de verdad espera un autobús, o si es actuado. Después de que los días tomaran su ritmo, con la conciencia de la existencia del hombre, decidí detenerme. Decidí detenerme todo el tiempo a ver las cosas y a detallarlas todo el tiempo, para tener pensamientos diferentes y fluidos. Decidí detenerme a ver la ceniza de mis cigarrillos, a la luz del café, a mi propio café, a mis pasos mojados, a mis estornudos y mis sonrisas. Sigo el curso de las cosas pero más despacio, como si el tiempo fuera más largo. Aún así, no soy capaz de mirar si él por lo menos está dibujando realmente, o si también es una réplica de mi curiosidad.
Los días se archivan, las noches se descontrolan y las mañanas siguen teniendo el poder de no ser percibidas, ni de permitir percibir otras historias, otros recuerdos, otras voces. La conciencia del curso de las cosas sigue aturdiéndome incansablemente, llevándome a querer perderme en la risa, la nube y el fondo de madera podrida. Mis mañanas siguen sembrando duda y por eso he intentado alejarme del inicio de esas mañanas con descontrol, elevadas y con lujuria.
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