El mismo color de ojos. Las misma mezcla de verde y miel que ha retumbado a muchas personas hasta soltar un “qué bonitos ojos tienes”, mientras el mundo espera por devorarme. La composición de esos ojos sigue siendo la misma. Pero ante el efecto envejecedor y vividor del tiempo es imposible hacer una parada en nuestros días. La barba empieza a crecer, el cabello sigue cambiando con el clima y las circunstancias, la piel se empieza a arrugar.
Ante el cambio de una etapa a otra no podemos evitar explorar, aprender y conocer de las nuevas eventualidades que se empiezan a transformar en nuestra monotonía galopante. Las risas empiezan a configurarse acorde al ambiente y a la risa de las demás personas, mientras que la ceniza del cigarrillo deja de ser pareja y torna una forma cónica parecida a un lápiz, producto del movimiento giratorio constante del cigarrillo debido a la ansiedad del fumador.
La forma de vestir y los gustos musicales dejan de ser tan sectarios y se empiezan a combinar en la calle, donde la electrónica experimental y el indie enloquecen tanto como la música del pacífico colombiano, incluso la música de toda la Cordillera de los Andes, que se baña a diario con lucha, violencia, comida y carnaval. Las calles blancas se dejan pintar del color de la imaginación todos los días, conservando ese lienzo que sigue estando por pintarse de verdad.
Las historias de vida compartidas entre amigos, colegas, conocidos, drogados y emborrachados, son igual de valiosas a las que se comparten y se repiten en el café. Cada cuento, cada relato, importa tanto como un murmullo o una sonrisa en el atardecer, en el salón de clase de un claustro que antes era prisión, o la calle mojada que se caracteriza por los salpicones del transporte público payanés, el cual no respeta la vida de los peatones que hacemos nuestro rayón en las paredes blancas todos los días, aunque no muchos lo perciban.
Las experiencias tanto de exaltación, excitación, dedicación y descontrol siguen estando presentes, pero con su propia periodicidad. El concierto de una banda local, un bailesito en el bar de moda, unos porros en el pueblito, o una guitarra en la casa de los amigos, siguen siendo motivo de encuentro, recuerdo y persecución de los objetivos. Cada risa, cada plon, cada movimiento, continúa perpetuándose en el pasar del tiempo de nuestras ojeras que siguen leyendo, alucinando.
El tiempo ha cumplido su misión y ha pasado un año desde que observo una fotografía de mi mirada y me miro en el espejo. Me sorprendí al confirmar que de verdad he cambiado. La expresión de mi mirada ha cambiado considerablemente, produciéndome asombro de no haber sido consciente del proceso. Consciente era yo de que aprendía y conocía, no de que mi mirada estuviera llevando registro de mis experiencias.
Encontré una mirada herida, triste, cicatrizada por las vivencias y coloreada por las mismas. Los atardeceres no habían sido en vano pero ya han desaparecido. Los cafés se hacen firmes al esfuerzo físico y mental de todos los días. Las ojeras brillan por todas las desveladas estudiando, editando, bailando o fumando. La piel se nota roída por la adolescencia, la mugre, los baños, el sueño, los golpes y los besos en la mejilla. Mi expresión ha cambiado.
La mirada de la cual una vez alguien se enamoró, juró amor eterno e incumplió, ha desaparecido. La piel que una vez era de los ángeles, ahora es de madera húmeda. Las ondas cabelludas que antaño eran suaves, ahora están quemadas por la despreocupación ante el fuego de cientos de cigarrillos. El cuerpo ahora está tatuado y perforado, por capricho dinamita de un amanerado lector. Mi mirada ya cambió su discurso y su mensaje.
A pesar de todo, puedo decir que no he perdido la fuerza. Mi mirada sigue siendo igual de penetrante que antes, aunque no exprese lo mismo. He vivido parte de la decadencia y me he encontrado al borde de tocar fondo. He intentado tocar el cielo mientras él se mueve, llevando la fuerza de la tierra y de las conexiones energéticas de la naturaleza. He visto el sol y he sonreído con naturalidad, con pasión.
Mis decisiones me han traído a ver un poco del amor, dormir con él y verlo llorar. Las noches me han dejado ver la luna, las estrellas, a veces las nubes mientras yo sigo mi rumbo. Las miradas, la curiosidad y el destello me han permitido conocer nuevas culturas por vía oral. He ignorado diferentes personas en la calle, y he mirado con fuerza a muchas otras. No me he enamorado pero sigo siendo la misma persona apasionada y explosiva que retrocede a los demás.
El tiempo se ha encargado de moldearme acorde a mi personalidad y mis decisiones. El tiempo me da la impresión de haber corrido mientras yo caminaba a paso somnoliento y en una traba sin control. Las cicatrices me las sigo haciendo porque las uñas son mis pinceles. El olvido, el camino, la dejadez y el pensar me han invadido. La risa, los besos, el descontrol y la pasión me han acompañado. He querido dejar todo a forma de relámpago pero no lo he hecho. No me arrepiento de nada, porque los jarrones siempre terminarán por tener flores secas, podridas y marchitas, mientras seguimos fumándonos un cigarrillo con una sonrisa perdida y olvidada.