-Disculpe amigo, ¿me regala un plon?
-Sí, claro- dije pasando mi cigarrillo a los desconocidos-.
-¿Y esto no tiene nada?
-No, es cigarrillo común y corriente.
-O sea que no tiene hierba.
-No.
-Ah, ¿y usted no sabe dónde podemos conseguir?
-No, la verdad no. Yo no compro hierba.
-Pero, ¿pero usted consume?
-Sí, pero siempre me fumo la de mis amigos.
-¿Y nosotros dónde podemos comprar?
-De pronto por La Ermita, pero no estoy seguro- ya quería librarme de los jóvenes, puesto que ya estaba afanado-.
-¿Y dónde queda eso?
-Bien en el centro- en ese momento me pareció sospechoso que una persona que viviera en Popayán no supiera dónde queda La Ermita, pero no presté atención a ese detalle-.
-¿Y si nosotros le traemos a vender a usted por acá? Pero bien barato.
-No sé. No creo. Es que yo no compro, mis amigos sí.
-Por eso, hable con sus amigos y compran.
-Pues yo les digo mañana porque no he hablado con ellos.
-Listo, ¿y no tiene algún número para llamarlo? Porque para encontrarlo está difícil.
-Sí, pero casi no lo uso.
-No pero dénoslo.
-No pues me buscan y listo.
-¿Ese es su celular?- señalando con la boca a mi pantalón-.
-Sí, pero casi no lo uso.
-Dénos el celular- con mirada y movimientos disimulados se me fueron acercando de frente, así que me alerté-.
-Ah, estos hijueputas.
Inmediatamente me devolví la mitad de la avenida y volví al supermercado que estaba a una cuadra. Resguardado en la confiable seguridad del exterior de un supermercado, me empecé a fumar un cigarrillo mientras esperaba a que los tipos se cansaran de intentar robarme sin éxito y se fueran.
-Jóven, ¿no tiene un cigarrillo que me regale?
-Sí, por supuesto, no hay ningún problema.
-Muchas gracias.
El señor que cuidaba los carros, de vestimenta deteriorada, me miró con cierto interés y agradecimiento por haberle regalado un cigarrillo.
-Mire aquí tengo candela para que lo prenda.
-No, gracias. Es para el frío, pero después. Aún no he comido nada hoy.
-Canta usted muy bonito- le dije-.
-Muchísimas gracias. Nadie me lo había dicho. De verdad se lo agradezco.
-No, en serio. Canta muy bonito.
-¿Cómo se llama, jóven?
-Julián, ¿y usted?
-Uriel.
-Se llama como mi papá.
-Ah, ¿también se llama Uriel? Vea pues.
-Sí. Usted debería explotar el canto un poco más, le puede salir algo en cualquier momento.
-Gracias, pero no tengo dinero para nada, así que es sueño perdido.
Me llamó la atención, en primer lugar, que este hombre, que apenas me había pedido un cigarrillo, fuera tan amable y se llamara igual que mi papá. El hecho de que cantara me había parecido interesante, puesto que lo había escuchado cantar muchas veces cuando iba al supermercado.
-Ahorita dos muchachos me intentaron robar.
-¿En serio? Menos mal no lo alcanzaron a robar. Si quiere lo acompaño por si están todavía por ahí.
-No señor, no hace falta.
Después de unos cinco minutos de charla, logré descubrir a una persona negativa, pero con talento. Le dije que buscara ayuda en iglesias y cosas por el estilo, puesto que me había dicho que él estaba al servicio del Señor. Entonces me pareció lo más conveniente.
Al pisar el filtro de mi cigarrillo después de haberlo consumido, me despedí de Uriel con un apretón de manos y un 'sea positivo', seguido de su cabeza asintiendo a mi sugerencia. Los ladrones ya no estaban, y cuadras más adelante me llamó mi mamá, preguntándome "¿Qué me cuenta hijo?", y yo, como siempre, dije "Nada ma'."
Como suelen decir las madres estas tierras, "Las cosas pasan por algo", para darle una explicación a los hechos de cualquier índole que ocurren. De esta manera concluye mi actividad interesante del domingo en Popayán, pues si no hubiera ocurrido, habría sido como otro día normal en el que no pasa nada.
Como suelen decir las madres estas tierras, "Las cosas pasan por algo", para darle una explicación a los hechos de cualquier índole que ocurren. De esta manera concluye mi actividad interesante del domingo en Popayán, pues si no hubiera ocurrido, habría sido como otro día normal en el que no pasa nada.