sábado, 29 de septiembre de 2012

El Traicionero


Cinco de la mañana. Cinco y treinta de la mañana. Son las seis en punto y programo la alarma para que suene en tres minutos mientras abro bien los ojos. Ya son las seis y treinta y la clase es a la siete. Me levanto de la cama corriendo hacia el baño mientras me lamento por dormir treinta minutos tan placenteros.

Como toda la semana madrugo y trasnocho, el jueves es cuando la sábana llora por mi ausencia. Tengo que apresurarme porque el profesor de esa clase llama a lista y no puedo reprobar Periodismo por faltas. El cuerpo ya está exhausto por el trajín, así que mientras voy a la universidad sin desayunar digo “Apenas llegue a casa, me acuesto para reponer sueño”. Dicho y hecho, después de dormitar en el pupitre hasta las diez voy a mi casa y ya no tengo sueño.

Entre divagar en el computador, escuchar música y hacer intentos fallidos por leer y hacer trabajos, duermo cinco minutos y me levanto para dormir otros cinco. Así, hasta la una. Almuerzo, me voy a clase y me propongo tomarme un tinto al salir para luego irme a casa a estudiar. Sí, me tomo el tinto con algunos amigos y me fumo unos cigarrillos. Converso y expreso innumerables veces que no he dormido bien y que tengo sueño, como todos los jueves.

Sin embargo, no me voy a la casa. Es jueves, y preciso hay un evento interesante, un cumpleaños, alguien con ánimos de consumir licor o algo que implica llegar tarde a casa. Como al siguiente día no tengo clases, digo “Mañana duermo hasta tarde y recupero el sueño”. Arribo a casa en un intervalo de las once de la noche y dos de la mañana. Escucho música, reviso redes sociales, me fumo un cigarrillo, organizo la habitación, aclaro, sin sueño.

Me acuesto el viernes y me despierto ese viernes muchas horas después. La rutina de fin de semana se lleva a cabo hasta las primeras horas del domingo. Y esos días, incluyendo los restantes de la semana, digo “Me voy a acostar temprano para alcanzar a dormir y no estar tan cansado el jueves”.

Aún así, renuncié inconscientemente a esta empresa, pues por más cansado que esté, por muy poco que haya dormido o por más obligaciones que tenga, el jueves mis energías corporales me traicionarán y volverán a mí con fuerza apenas presientan acción. De esta manera, estoy condenado a vivir mis días académicos bajo el manto del cansancio, y el resto de días, con vigilia interminable y energías desbordantes.

Ya sea por exceso de trabajo, por procrastinar, por salir demasiado, la cuestión es que trasnocho y madrugo. Y para colmo, los jueves me conocen tan bien que me hacen la jugada sucia. Como conocen mi casi nula resistencia hacia los placeres dionisíacos, me hacen pasar inicio de día con lentitud y letargo, pero me voltean el sartén y me ponen a bailar. Aún así, me ha ido bien y no me arrepiento. Después de todo, caer en el placer y levantarse no es algo perjudicial para la salud.

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