sábado, 7 de abril de 2012

Cuando nos besamos por el reflejo del espejo.

Entrando en mi época de estudiante a la Facultad de Artes con Emilio en busca de nuevas personas para charlar y causar interés sobre ellas, me topé en aquella ocasión con una facultad distinta. El claustro, que esta en la parte más elevada del campus de la universidad, de la cual no quiero mencionar su nombre, que se encontraba construido en una loma ubicada en una ciudad inmóvil en el tiempo, tenía un aire fuera del habitual al que yo había conocido con Emilio las veces que vimos algunas clases allá o que íbamos a visitar a Rodrigo cuando aún estaba en la universidad.

Emilio, con su atuendo cotidiano de chaleco verde sillón viejo y desgastado, su pantalón azul que había comprado en una tienda ubicado en el rincón más recóndito de la ciudad y sus tennis de tela rotos estaban acompañados de su cabello crespo, largo y desordenado, entraba conmigo mientras nos fumábamos unos cuantos cigarrillos. 

En el claustro amarillo nos encontramos con un espacio que no habíamos divisado en otras visitas fuera del edificio de Ciencia Humanas. Todo parecía una clase de paraíso con muchos tonos y estados ubicados dentro de lo dionisíaco, lo bohemio y libre en el sentido artístico de la palabra.

Mujeres desconocidas tocando cellos como hipnotizadas por las notas y bellos hombres pintando sobre sus lienzos, con sus cachetes pálidos salpicados de pintura. Un porro aquí y allá lavando papeles con letras e ilustraciones mentales. Mientras tanto, los peldaños de madera antigua jugaban con bailarines y actores que ensayaban sus libretos con mucho circo a su alrededor.Los ventanales superiores me llamaron mientras apretaba suavemente la mano izquierda de Emilio, en señal de que subiéramos. 

Una mujer de cabello castaño claro y atuendos coloridos tocando apasionadamente su violín fue la imagen que me hizo recordarle a Emilio cada momento de cada noche desvelada hablando de Foucault y del asombro y la atracción que yo sentía por los anormales. Todas aquellas, terminaban fundiéndonos en sábanas, cigarrillos y velas sabor lavanda.

Así, entramos al descubierto de la terraza trasera del claustro, con cielo despejado, flautas traversas revoloteando y una piscina color cielo de amanecer después de muchas botellas de besos con vino. Inmediatamente después y sin conciencia real de las cosas, terminé en el agua completamente desnudo junto a Emilio con una taza de café en las manos. Volvieron a mi memoria las noches desveladas leyendo autores que cito cuando peleo y con los que saqué muy buenas notas, junto con Emilio que dibujaba en vez de ponerse a redactar un ensayo, mientras nos mirábamos en el reflejo de los espejos de mi habitación con muchas velas. Todos mis retratos quedaron guardados en mi cajón, en ese nochero color verde sillón desgastado ubicado en mi habitación cubierta con un edredón de cuadros con colores precolombinos, mientras trabajo lo que puedo, aunque sin preocuparme.

Me fumé un cigarrillo en esa piscina mientras el cielo estaba nublado y se formaban globos de cielo azul que jugaban llenos de listones arco iris mientras la flauta de un joven de cejas pobladas se desvanecía. 

Fuera de la cursilería que me genera cada uno de esos momentos y pequeños detalles, debo confesar que los cuentos escritos en tinta roja, nuestra favorita, y las dedicatorias de porros y atardeceres con gestos jocosos fueron maravillosos.Así, solo espero que la vida de una vuelta  de ciento ochenta grados y me devuelva a un campus con un Emilio despeinado y no enterrado en la imposibilidad de su existencia.

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